TEXT TERRITORIOS 1998 (spanish)

LA PINTURA COMO RETORNO
Pilar Ribal

¿Dónde te capturaré naturaleza infinita? Alma del mundo ¿Dónde?

El conflicto entre lo universal y lo singular, la escisión del hombre frente a su mundo, así como la idea de un retorno al lugar de origen, aparecen desde tiempos antiguos en la base del pensamiento, la literatura y el arte. La necesidad de conquistar un identidad, una patria (de la que se ha sido tal vez expulsado), una razón de ser y un lugar al que íntimamente se pertenezca, la superación de los límites de la propia naturaleza y el deseo de eternidad, alientan la búsqueda de héroes y dioses, de artistas y poetas. Y, si Hiperión anhela el regreso a Atenas, Fausto aspira a abarcar la totalidad del mundo. Su pregunta al Espíritu de la Tierra, que expresa su deseo de fundir su alma individual con el alma universal, pone en evidencia su conciencia respecto a su extrañamiento y la desesperación que ésta le produce. Pero, en su afán por esa conquista imposible, es, tan sólo, una creciente comunión con la naturaleza lo que le aproxima a su meta, de ella obtiene la certeza de que, al igual que todo renace en primavera él mismo renacerá, aunque sea a costa de hundirse antes en los infiernos de su locura.
Porque, el florecimiento anual de la vegetación y la vida, sólo puede acaecer cuando le han sido devueltos sus frutos a la tierra. “El mundo es un recipiente sagrado”, dice Lao Tsé, dónde todo se consuma en ese rito perpetuo de creación y destrucción, siendo esos aparentes contrarios (vida y muerte) tan sólo dos momentos de un mismo ciclo, ése en el que “el ser y el no ser mutuamente se engendran”.


(...) James Lambourne pinta ahora “Territorios” que son tanto paisajismos interiores como fragmentos “quasi literales” de naturaleza, fragmentos de esa vieja corteza que él contempla, desde su sensibilidad de pintor y grabador, como parcelas de sentimiento y reflexión. Trabaja sobre papeles hecho a mano cuyos contornos imperfectos y rugosidades naturales armonizan con el espíritu de trabajo que sobre ellos se realiza. Posa sobre ellos una paleta ascética y templada, donde no tienen cabida ni la grandilocuencia ni la ornamentación, que muestra preferencia por las tonalidades indefinidas y cambiantes, por los grises y los ocres, por los colores “fósiles”, orgánicos, terrosos y marinos, ésos que establecen relaciones con el mundo natural que le rodea.



Y si fue una granada, un fruto de la tierra, lo que vinculó para siempre a Perséfone a esos ciclos de vida y muerte de la naturaleza, también una granada, su hallazgo y la contemplación y su transformación a lo largo de los años, hizo dar un giro a la obra de Lambourne. En ella vio el artista las texturas de la tierra y todas las gamas de sus campos; ella le condujo hacia las ideas de unidad del universo (de la que la granada, según la Biblia, es uno de los símbolos) y a la certeza de esa necesaria complementariedad de los contrarios. Observó cómo, si era guardad en una urna de cristal, se consumía su piel y se pudría, adoptando una sucesión de tonalidades grisáceas; mientras que, si e dejaba secar al aire, aunque se ajaba su anterior tersura, se acentuaban sus tonalidades rojizas y adquiría un curioso aspecto germinal. Conforme pasaba sobre ella el tiempo, supo que era la misma y muchas granadas distintas, que ya no sólo era un fruto sino una partícula de la mismísima faz de la tierra.

Extractos del texto de Pilar Ribal La pintura como retorno.

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